Experiencia de Resiliencia (por María Esther Antezana)
Experiencia de Resiliencia por María Esther Antezana
Desde hace tres años he incluído el concepto de resiliencia a nivel de cátedra, considero que desde el ámbito del profesional de recursos humanos se puede trabajar con esta herramienta a fin de lograr excelentes cambios en proyectos de capacitación comunitaria.
En mi caso particular, experimenté que también sin necesidad de ser experta en desastres o catástrofes naturales, he podido desde mi función de formadora, entrenadora, trabajar los cuatro conceptos principales de la propuesta teórica para el logro de cambios y actitudes en las personas y por este hecho, decidí incluir esta herramienta a nivel universitario.
Puedo afirmar que he utilizado los contenidos de la herramienta en el ámbito de una organización no gubernamental donde los sujetos sufrientes de adversidad, eran mujeres afectadas por violencia doméstica y malos tratos, notando que se adapta y es totalmente aplicable.
Dentro de su marco teórico, los conceptos que menciona son: la existencia de una situación extrema o adversidad que modifica y altera a individuos y su contexto. En mi experiencia, he considerado el cuadro de adversidad -sin llegar a ser específicamente un desastre de la naturaleza- la falta de empleo, el desarraigo, el traslado a otras localidades y distancias o haber sido víctima de abuso de poder o violencia laboral.
Continuando con la teoría, existe un sujeto sufriente de adversidad inserto en un contexto; en mi experiencia, los sujetos eran personas desocupadas y víctimas de desempleo con el agregado de vivenciar situaciones límites.
Por otro lado, la teoría menciona la importancia de los pilares que funcionan como estructuras protectoras del individuo pero desde mi mirada profesional en recursos humanos, también forman parte de una conjunción de competencias propias y personales que posee el individuo y por último, las fuentes -Yo tengo/Yo soy/Yo estoy/Yo puedo-que a mi entender son las cuatro autoafirmaciones que llevarán al sujeto, acompañado de la ayuda y la mirada de su maestro, tutor o docente a reencontrarse y reflotar de esa situación de adversidad siniestra que paraliza.
Es interesante saber que el cambio que se propuse en el sujeto paulatinamente, gran parte del mismo, se debe a la figura positiva de ese tutor-maestro-que lo acompaña, lo contiene, lo aconseja y principalmente que lo acepta tal como es y que le brinda afecto sin prejuicios hacia su persona o situación.
En realidad, encuentro que la técnica implementada en talleres y siendo bien usada en forma interdisciplinaria con profesionales de la psicología y asistencia social como fue mi caso, permite «entrar en el otro» y llegar a interiorizarse del problema real y de los temores latentes.
Asimismo, el trabajo conjunto del equipo profesional permite llegar a dar un giro de 180º a la situación del sujeto, obteniendo como resultado final, el autoconociento personal y de aquello que es capaz de proponerse consigo mismo como individuo.
Me pareció interesante agregar a esta experiencia algunas definiciones y conceptos sobre temática resiliencia comunitaria y resiliencia aplicada a educación, basándome en el Dr.Aldo Merillo de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.
Resiliencia Comunitaria
Se trata de una concepción latinoamericana desarrollada teóricamente en el 2001 por E. Néstor Suárez Ojeda, a partir de observar que cada desastre o calamidad que sufre una comunidad, que produce dolor y pérdida de vidas y recursos, muchas veces genera un efecto movilizador de las capacidades solidarias que permiten reparar los daños y seguir adelante.
Eso permitió establecer los pilares de la resiliencia comunitaria: autoestima colectiva, que involucra la satisfacción por la pertenencia a la propia comunidad; identidad cultural, constituida por el proceso interactivo que a lo largo del desarrollo implica la incorporación de costumbres, valores, giros idiomáticos, danzas, canciones, etcétera, proporcionando la sensación de pertenencia; humor social, consistente en la capacidad de encontrar la comedia en la propia tragedia para poder superarla; honestidad estatal, como contrapartida de la corrupción que desgasta los vínculos sociales; solidaridad, fruto de un lazo social sólido que resume los otros pilares.
La cuestión de la educación se vuelve central en cuanto a la posibilidad de fomentar la resiliencia de los niños y los adolescentes, para que puedan enfrentar su crecimiento e inserción social del modo más favorable. Lamentablemente, en las escuelas como ocurre también en salud, habitualmente se pone el mayor empeño en detectar los problemas, déficit, falencias, en fin, patología, en lugar de buscar y desarrollar virtudes y fortalezas. Por eso y para empezar, una actitud constructora de resiliencia en la escuela implica buscar todo indicio previo de resiliencia, rastreando las ocasiones en las que tanto docentes como alumnos sortearon, superaron, sobrellevaron o vencieron la adversidad que enfrentaban y con qué medios lo hicieron.
El Informe Delors de la UNESCO de 1996 especificó como elementos imprescindibles de una política educativa de calidad, la necesidad de que ésta abarque cuatro aspectos: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir con los demás y aprender a ser.
Los dos primeros aspectos son los que se enfatizan tradicionalmente y se trata de medir para justificar resultados. Los dos últimos son los que hacen a la integración social y a la construcción de ciudadanía. Para el desarrollo de todos estos sirven los programas que promueven la resiliencia en las escuelas.
La construcción de la resiliencia en la escuela implica trabajar para introducir los siguientes seis factores constructores de resiliencia:
1. Brindar afecto y apoyo proporcionando respaldo y aliento incondicionales, como base y sostén del éxito académico. Siempre debe haber un “adulto significativo” en la escuela dispuesto a “dar la mano” que necesitan los alumnos para su desarrollo educativo y su contención afectiva.
2. Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que actúen como motivadores eficaces, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos pueden tener éxito”.
3. Brindar oportunidades de participación significativa en la resolución de problemas, fijación de metas, planificación, toma de decisiones (esto vale para los docentes, los alumnos y, eventualmente, para los padres). Que el aprendizaje se vuelva más «práctico», el currículo sea más «pertinente» y «atento al mundo real» y las decisiones se tomen entre todos los integrantes de la comunidad educativa. Deben poder aparecer las “fortalezas” o destrezas de cada uno.
4. Enriquecer los vínculos pro-sociales con un sentido de comunidad educativa. Buscar una conexión familia-escuela positiva.
5. Es necesario brindar capacitación al personal sobre estrategias y políticas de aula que trasciendan la idea de la disciplina como un fin en sí mismo. Hay que dar participación al personal, los alumnos y, en lo posible, a los padres, en la fijación de dichas políticas. Así se lograrán fijar normas y límites claros y consensuados.
6. Enseñar «habilidades para la vida»: cooperación, resolución de conflictos, destrezas comunicativas, habilidad para resolver problemas y tomar decisiones, etcétera. Esto sólo ocurre cuando el proceso de aprendizaje está fundado en la actividad conjunta y cooperativa de los estudiantes y los docentes.
Bibliografía:Melillo, Rubbo y Morato, 2004; E. Néstor Suárez Ojeda, 2001; Henderson y Milstein, 2003
17/10/2010