Mujeres de Malvinas: las otras protagonistas de la guerra
Son madres, abuelas, esposas, novias, hijas, hermanas de los combatientes; aunque vivieron la angustia y las heridas del conflicto armado, de ellas la historia no habla
Por Teresa Sofía Buscaglia | Para LA NACION
Ellas son las que esperan, las que sostienen, las que reciben, las que curan las heridas, las que los hacen renacer. De ellas la historia casi nunca habla. Para muchos, son invisibles, porque permanecieron en silencio todos estos años. Aquel 2 de abril de 1982, con una mezcla de orgullo y angustia, ellas sentían que las cosas no estaban bien, a pesar de la euforia general. Ellas son madres, esposas, hijas, hermanas, novias, amigas, primas, abuelas… Todas vivieron el mismo dolor y tuvieron la misma esperanza: que sus guerreros, los hombres que fueron a Malvinas, vuelvan con vida. Como sea, pero que vuelvan. Algunas pudieron hacer realidad su deseo. Otras, no.
«Papi, andá hablar al club, deciles que me guarden el puesto de arquero, cuando vuelva quiero defender los colores del club así como ahora estoy defendiendo la Patria», escribía Marcelo Daniel Massad desde las islas Malvinas en mayo de 1982, soñando con regresar a las inferiores de Banfield, donde jugaba. Pero nunca volvió. Como tantos soldados que fueron a las islas, Marcelo cumplía su servicio militar obligatorio en el Regimiento 7 de La Plata. Estaban por darle la baja, pero lo retuvieron sin explicarle por qué, recuerda su mamá, Dalal Abd de Massad. «Él estaba contento, decía que iba a defender a la Patria. Nunca demostró miedo. Vivimos esos momentos con ilusión porque se habían recuperado las Malvinas. Pero cuando partió el camión, sentí una desazón tremenda. Mi corazón de madre sintió una puñalada. Rezaba y lloraba. Se mezclaban las alegrías con las tristezas.»
Muchas de las cartas que ellas les escribieron nunca les llegaron. Las que ellas recibían, sin embargo, coincidían en transmitir ánimo y decirles que estaban bien, que pronto se volverían a ver. Algunos de ellos contaban que tenían frío y hambre, pero aclaraban que estaban orgullosos de defender la Bandera, con mayúscula. «La única forma de saber de ellos era por los diarios y la televisión», agrega la mamá de Marcelo Daniel Massad. «Cuando el 1° de mayo nos enteramos del primer bombardeo inglés, nos estremecimos. Sentimos que ese crimen de guerra era el comienzo de cosas peores. En la noche del 11 de junio, a mi hijo le habían dado la orden de repliegue, pero él quiso avisarles a los compañeros que habían avanzado y, en ese intento, una ráfaga de ametralladora le dio en el pecho. Al partir, yo le había dado un rosario blanco, y en Malvinas le dieron otro de color marrón. Él unió ambos para rezar con los chicos. Cuando lo fueron a buscar, el sargento que estaba en su grupo lo reconoció por su rosario.»
Al igual que muchísimas madres, Dalal tuvo que esperar muchos días desde la capitulación del 14 de junio hasta saber qué había pasado con su hijo. Nadie los llamó ni apareció. Recién lo supo 10 días más tarde. Les pidieron disculpas: «Todo es confuso, no sabemos cómo manejarlo», le dijeron. Luego le entregaron el rosario de su hijo. «Desde ese momento no hubo odio ni rencor. Sólo amor, porque pensamos que si él dio todo ese amor por la Patria, nosotros no vamos a ser menos acá. Son 649 caídos, aunque nuestro hijo sea sólo uno. Nuestra vida continuó gracias a la causa Malvinas», concluye Dalal.
En el caso de Susana Maier de Triers, las cosas fueron un poco diferentes. Si bien el dolor y la angustia fueron iguales para todas estas mujeres a las que la guerra bombardeó sus hogares, Susana pudo volver a ver a Esteban, que había partido a la guerra al poco tiempo de haber comenzado a cursar su carrera de Ingeniería. «Cuando lo llamaron, nos dio mucha emoción porque habíamos recuperado las islas. No tuvimos tiempo de ir a despedirlo al regimiento. Cuando se fue de casa, recuerdo que insistí en que llevara un pullover y un cepillo de dientes», detalla Susana.
«En sus cartas, siempre era optimista, decía que estaban bien, que era muy húmedo, que hacía frío, pero nunca nos transmitió desesperación. Mientras él estaba allá, yo lloraba mucho en mi casa, regaba el jardín con mis lágrimas, pero cuando salía a la calle, me mostraba fuerte. Tenía fe en que Dios lo traería de vuelta a casa», agrega.
Esteban Triers tardó 20 años en empezar a hablar. Desde 2002 conduce un programa en Radio Soldados junto a otro ex combatiente de Malvinas con quien invitan a pensar, debatir y entender el tema de la soberanía sobre aquellas islas desde un lugar más optimista, resaltando el orgullo de haber participado.
En 1982, muchos de los actuales veteranos de guerra tenían novias y algunos hasta se habían casado e incluso ya tenían hijos. Estas mujeres novias, esposas y madres debieron madurar de golpe. Luego de la euforia y la celebración de los primeros días, la confusión y la desinformación empezaron a silenciar a la sociedad argentina y nadie entendía bien qué estaba sucediendo en las islas. La propaganda oficial dibujaba un panorama triunfal inexistente, pero nada de lo que informaban se podía comprobar ni discutir. No había comunicaciones telefónicas entre los combatientes y sus familias y eso aumentaba la incertidumbre.
Gabriela Castagna pertenece a una familia de militares y en mayo de 1981 se casó con Alejandro Arrojo, que recién recibido de subteniente integraba el Regimiento 6 de Infantería, en Villa Mercedes, San Luis. Ella tenía sólo 21 años y él, 22. En su primer aniversario de casados ya tenían una hija de dos meses, pero su marido estaba en Malvinas. «La guerra se sufre igual desde cualquier lugar. Yo estaba muy enojada con la gente que celebraba la guerra porque no sabían lo que era vivir la angustia de perder a alguien. La guerra te transforma, lo único que me importaba era que mi marido se salvara, nada más. Cada vez que tocaban el timbre, no quería salir porque no quería que nadie me avisara nada», dice Gabriela.
El final de la guerra fue abrupto y su marido volvió a casa, pero sus vidas habían cambiado, la guerra iría doliendo cada vez más con el paso del tiempo. «Mi marido jamás contó nada. Hasta el día de hoy no sabemos qué vivió allá. Cuando regresaron, llegaron en una noche oscura, como castigados, estaban destruidos física y mentalmente. Yo recién lo vi cuatro días después de saber que ya estaba en el regimiento. Volvió cambiado, dolido por haber tenido que rendirse. Yo crecí de golpe, estaba orgullosa de él, pero fue difícil, porque no sabía qué hacer, no nos habían preparado para algo así. Muchas mujeres alrededor mío habían perdido a sus maridos y el sufrimiento era mucho, sumado a la sensación de derrota y castigo social por ser militares», concluye.
La Argentina tuvo 649 bajas y 1085 heridos, de acuerdo con los datos oficiales. A estos números tan dolorosos habría que sumar los más de 500 suicidios que hubo en estas tres décadas, según denuncian los diferentes organismos de ex combatientes. Depresión, estrés postraumático y diferentes adicciones afectaron a cientos de estos jóvenes que nunca se imaginaron vivir aquel infierno.
El Estado no supo darles contención de ningún tipo a su regreso, incluido el cuidado médico y psiquiátrico que necesitaban. La inequidad social también los afectó, ya que muchos soldados provenían de sectores sociales de pocos recursos y les costaba reinsertarse en el mundo laboral. Luego de 30 años de finalizada la guerra, en abril de 2012, recién se inauguró el Centro de Salud para Veteranos de Guerra, para darles atención médica y psiquiátrica integral, a donde muchas mujeres acompañan a sus familiares ex combatientes, que necesitan sanar sus heridas.
Éste es el caso de Adriana, esposa de Carlos Correa, que hacia 1981 hizo el servicio militar en el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Ambos tenían 19 años y un bebe cuando él fue llamado a reincorporarse y partió a Malvinas. No llegaron a despedirse. Adriana sintió un gran desamparo y se fue a vivir a lo de su papá con su pequeño hijo, hasta que él volviera.
«Fue tan fuerte todo lo que estaba pasando que no supe que estaba embarazada de cuatro meses. Conseguí trabajo, quería mantener la casa para cuando él regresara. Yo siempre tuve fe en que Dios me lo devolvería sin secuelas físicas ni psíquicas graves. Cuando llegó, al principio lo veía bien, pero una psicóloga nos dijo que no lo presionaran con preguntas, que le diéramos tiempo para hablar de lo que él quisiera. Durante los primeros meses, yo lo despertaba a mitad de la noche porque estaba empapado en sudor y hablaba en sueños. Me empezó a contar de los bombardeos y de la falta de comida. Uno de sus recuerdos más nítidos fue cuando, durante un bombardeo, él y otros soldados se refugiaron en un galpón y encontraron toneladas de comida en latas. El hambre era tan intensa que abrieron las latas con las bayonetas y comieron con una avidez casi animal. Estas vivencias no pasan sin dejar secuelas, pero recién hace un año hizo terapia con un profesional del Centro de Veteranos. La mejoría fue notable, gracias a Dios.» Carlos Correa se reúne con los ex combatientes cada dos meses y no quiere volver a Malvinas mientras haya que ingresar con pasaporte. Junto a Adriana, formaron una familia con dos hijos que fueron compartiendo las anécdotas de la guerra a medida que su papá les fue contando.
El martes 13 de abril de 1982, María Fernanda Araujo tenía 9 años y, sin imaginarlo, saludó por última vez a su hermano Elbio, que se había presentado voluntariamente en el Regimiento 7 de La Plata. Desde los portones, esa tarde, ella y sus padres vieron salir camiones y soldados cantando «Volveremos, volveremos. Vamos a ganar». Él la saludó con un pulgar hacia arriba y una sonrisa. Iba orgulloso a luchar por su país y así lo describe en una carta que les mandó un par de meses más tarde. «Quédense todos tranquilos que el soldado Araujo monta guardia por la Argentina (la de todos), próspera y soberana y que es fiel a su juramento.»
Elbio Araujo murió el 11 de junio tras un bombardeo a la trinchera donde él estaba. Al igual que la familia Massad, los Araujo no tuvieron noticias hasta días después de que los soldados arribaron a Campo de Mayo. «La misma bomba que le cayó a mi hermano le cayó a mi hogar, porque nunca volvió a ser el mismo. Tuvimos muchos años de tristeza, de búsqueda, de saber qué pasó. Toda esa tristeza la transformamos en amor, en obra. Nos duele cuando escuchamos que les dicen «esos pobres chicos». Desde que empuñó un arma, mi hermano era un soldado que fue a defender a la Patria, era un gran hombre, y por eso queremos que se recuerden el valor y el coraje que tuvo en Malvinas», aclara María Fernanda. «A las mujeres nos dan la fuerza para parir y también para seguir. Mi papá se apagó, pero mi mamá fue más fuerte y homenajear a su hijo la hizo salir adelante. Ésa fue su obra para tenerlo presente con ella.»
Los hijos de quienes fueron a Malvinas hoy tienen entre 20 y 40 años. Son jóvenes y todos sienten un orgullo muy fuerte por lo que hicieron sus padres. Andrea Cachón tiene 37 años y era muy pequeña cuando su papá, Carlos Cachón, partió a la guerra como primer teniente de la 5» Brigada Aérea de Villa Mercedes, la misma que hundió el buque inglés Sir Galahad y les provocó muchas bajas a los ingleses. «En Villa Mercedes, los ex combatientes fueron bien recibidos al regresar de la guerra, porque la unidad militar es muy querida. Pero él se sentía muy triste y eso duró mucho tiempo. Siempre nos contó lo que vivió, sin esconder el temor que sintió en muchos momentos, y así lo cuenta también en las escuelas a donde va a dar charlas.. Siento mucho orgullo de él y así se lo enseño a mis hijos», relata.
En el caso de Jessica Codrington, de 26 años, ella aún no había nacido cuando estalló la guerra. Su papá era piloto de la Fuerza Aérea y estaba en la IV Brigada Aérea, en Mendoza. Con 25 años y recién casado, fue llamado para ir a combatir a las islas. «Me da un orgullo inexplicable cada vez que él habla o se lo nombra en un reconocimiento por la guerra. También siento admiración por mi mamá, por la fortaleza que tuvo para sobrellevar todo eso, sólo teniendo 21 años y acompañando con su amor a mi papá, en cada momento», dice Jessica, que es diseñadora en Artes Visuales y aprovecha su formación profesional para participar de distintos documentales y proyectos que rindan homenaje a los ex combatientes. «No debemos olvidarnos de ellos. Todos los que fueron a luchar estaban convencidos de que fue una causa justa. Hay que dejar de lado los prejuicios y las diferencias ideológicas para conmemorarlos.»
Cuando en 2009 se inauguró el Salón de la Mujer en la Casa de Gobierno, no había allí un lugar para las mujeres de Malvinas. María Fernanda Araujo le pidió a la Presidenta que incluyera, entre las allí homenajeadas, la imagen de estas otras mujeres silenciosas que dieron todo por Malvinas. Desde 2010, cuelga allí también una foto de ellas, anónimas, de espaldas, ingresando al Cementerio de Darwin, para reencontrarse con sus guerreros, que se quedaron allí.