Tengo un mundo de sensaciones
Por Guillermina P. Ferrari
Publicado: por REVISTA INICIAR Miércoles 24/06/2015
Seguramente muchos conocen y ya deben estar tarareando la pegadiza canción que el inolvidable Sandro puso en el Top 10 en los años 60. Él, y luego muchos otros, tomaron esta melodía para contarnos acerca de un mundo de sensaciones y vibraciones que tenían para regalarnos. Un mundo de emociones que normalmente solo se asociaba al romanticismo.
Hasta hace un tiempo hablar de emociones en otros espacios era casi impensado, sobre todo, en el mundo laboral o aun en el mundo de la educación. Se consideraba que las emociones no entraban al lugar de trabajo, como si fueran un saco que me pongo o me saco a demanda. Sin embargo, a partir de que algunos investigadores se animaron a ponerle un nombre más amigable y menos romántico, se comenzó a pensar en la emociones como parte del mundo corporativo. El precursor fue Daniel Goleman con su conocido término “Inteligencia emocional” (asociar la emoción a la inteligencia era tal vez más fácil de digerir…). ¡Y en buena hora!
Muchas veces, y aun hoy en día sigue sucediendo, se considera que las emociones y el trabajo no van de la mano, ni siquiera caminan cerca. Más de una vez seguramente habrán escuchado:“los problemas de tu casa dejalos en tu casa” o al revés “yo los problemas del trabajo los dejo en la puerta de casa”. Por supuesto entiendo que la intención es buena, que a veces uno llega a casa y lo que menos quiere es hablar de cómo se siente o que quizá la intención del superior es que su empleado se concentre en su tarea, sin embargo, esto no funciona así de simple. Por más que apretemos DELETE, la emoción sigue allí.
Rafael Echeverría, Doctor en Filosofía y Sociólogo Chileno creador de la Ontología del Lenguaje y el Coaching Ontológico, propone una mirada integral. Echeverría dice que somos lenguaje, cuerpo y emoción. El lenguaje nos diferencia del resto de las especies y nos hace seres lingüísticos y capaces de coordinar acciones (concepto mucho más amplio que simplemente pensar en la comunicación, pero lo dejamos para otro día). Sin embargo también nuestro cuerpo participa en esta conversación de una manera muy activa y quien nos escucha interpreta nuestro lenguaje de acuerdo a como acompaña nuestro cuerpo. Por último, nuestras emociones son las que aunque no seamos conscientes, terminan liderando nuestra conversación. Con lo cual, por más que intentemos ignorar las emociones que nos habitan, están ahí y quien nos escucha también escucha nuestra emoción. Los avances en neurociencia demuestran que a la hora de tomar una decisión por más que la racionalicemos al extremo, la decisión final estará determina por una emoción que hace que sea esa decisión y no otra. Facundo Manes, Neurocientífico argentino, asegura que “la toma de decisiones humana no es un proceso lógico y racional, es un proceso facilitado por la emoción. Lo que hacemos muchas veces es racionalmente justificar las acciones que fueron facilitadas por la emoción”.
Desde esta mirada, esta trilogía se pone de manifiesto en nuestras conversaciones (o nuestros silencios) y cuando no haya coherencia entre el lenguaje, el cuerpo y la emoción, se generará una distorsión. Y tal vez sea allí donde comienzan los problemas, las malas interpretaciones, las interferencias.
Alguna vez escuche decir a Rafael Echeverría que somos analfabetos emocionales. Los invito a hacer la prueba ¿Qué emoción sentís en este momento? ¿Qué emociones transitás durante el día? ¿Una, cinco, diez? ¿Podés ponerle nombre? ¡Nos cuesta tanto nombrarlas que ahora recurrimos a los emoticones para contar como nos sentimos! Tal vez no seamos conscientes pero somos seres emocionales (no emotivos, que es otra cosa) aun cuando decimos no sentir nada. Eso también es una emoción: se llama apatía.
Confianza, desconfianza, temor, angustia, duda, felicidad, injusticia, enojo, rabia, alegría, egoísmo, desgano, orgullo, indiferencia… todas nos atraviesan estemos donde estemos y forman parte de nuestro ser humanos. Dejarlas de lado no hará que desaparezcan ni para nosotros ni para quienes nos rodean. En cambio, aceptar nuestras emociones como parte de nuestra naturaleza, mirarlas, conocer cuáles son las que nos habitan más seguido y cuales nos faltan quizá nos permita conocernos un poquito más y nos abra nuevas posibilidades.