TENACES, LUCHADORAS, INCANSABLES

LAS PIONERAS DE LOS DERECHOS

DE LA MUJER EN LA ARGENTINA


Autora: Lidia Rissotto

El 23 de septiembre de 1947 María Eva Duarte de Perón recibió conmovida un ejemplar de la Ley Nacional 13.010 que acababa de ser promulgada. La ley consagraba, ni más ni menos, el derecho de las mujeres argentinas a votar y con ello se alcanzaba un hito en la historia de la reivindicación de los derechos de la mujer que desde hacía mucho tiempo se venía dando en el país. De esta manera se las equiparaba con los ciudadanos varones que habían sido incluidos en la Ley 8.871 (ley General de Elecciones) desde su sanción por el Congreso de la Nación Argentina el 10 de febrero de 1912. Si bien el encendido discurso de Eva Perón señala fundamentalmente los aciertos de la filiación partidaria que ella profesaba, no deja de reconocer que el texto de la ley resume “en la letra apretada de pocos artículos, una larga historia de luchas, tropiezos y esperanzas.”


Refiriéndose seguramente a las dificultades que ella misma debió afrontar durante las gestiones y los debates anteriores a la sanción de la ley, sostiene en el mismo discurso: “El camino ha sido largo y penoso, pero para gloria de la mujer reivindicadora infatigable de sus derechos esenciales, los obstáculos opuestos no la acobardan.”


Tampoco se acobardaron las predecesoras de las mujeres que llenas de júbilo celebraron la sanción de la ley 13.010 y que también, en sus respectivos momentos, recorrieron ese largo y penoso camino. Recordar a algunas de aquellas mujeres no es tarea imposible, mucho se ha escrito y se ha dicho sobre ellas; sin embargo, nos parece que el siglo transcurrido entre su accionar y los reclamos actuales por la igualdad de derechos justifica que volvamos a ponerlas en el foco de atención.


El elegante barrio porteño de Puerto Madero ha vuelto a reunir en los nombres de sus calles a Cecilia Grierson, Elvira Rawson de Dellepiane, Petrona Eyle y Julieta Lanteri, entre tantas otras mujeres que se destacaron entre fines del siglo XIX y principios de XX, pero a estas cuatro las une la coincidencia de que todas ellas fueron médicas, además de la vocación política y de su compromiso con los derechos de la mujer que las reunió en la comisión organizadora del Primer Congreso Femenino Internacional. También es de señalar la circunstancia de que todas estuvieron vinculadas a la docencia, por entonces la única profesión femenina aceptada por la sociedad debido a su cercanía a los cuidados maternales.


A Cecilia Grierson se la recuerda principalmente por ser la primera mujer graduada en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, grado que alcanzó después de superar inconvenientes de todo tipo ya que las instituciones no estaban preparadas para la admisión de mujeres en el ámbito de la educación superior en la Argentina. Tesonera y poseedora de gran determinación, Grierson no solo demostró vocación de servicio en el ejercicio de su profesión sino que llevó sus convicciones al plano político, tanto en lo civil como en lo profesional y en lo cívico. Supo comprender en los albores de los movimientos feministas que se expandían en varios países europeos y americanos, la importancia de la profesionalización de la mujer lo cual la llevó a fundar, desde su convicción de docente, la Escuela de Enfermeras, la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras y formó parte de la Comisión de Sordomudos y del Patronato de la Infancia.


En el año 1899 participó del Congreso Internacional de Mujeres que se realizó en Londres y del cual fue vicepresidente y a su regreso a Buenos Aires alentó la fundación del Consejo Nacional de Mujeres que llegó a integrar.

Pigna observa que El Consejo Nacional de Mujeres, presidido por Albina van Praet, planteó la equiparación de derechos y la “elevación del nivel moral e intelectual de la mujer”, pero excluyó los reclamos sufragistas, por lo que con el tiempo la doctora Grierson y otras fundadoras, como Sara Justo, se irían alejando.


Pasarían diez años hasta que en 1910, convocado por la Asociación Universitarias Argentinas, se realizó en Buenos Aires el Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina organizado por Petrona Eyle, en el que convergieron junto a Grierson las también médicas Julieta Lanteri, organizadora del Congreso, Elvira Rawson y una joven Alicia Moreau, todas ellas activistas que reclamaban para las mujeres el derecho al sufragio, a la educación, a la participación política.


Tiempo atrás, durante la llamada Revolución del Parque en la que militantes de la Unión Cívica y parte de las fuerzas armadas se levantaron contra el gobierno de Miguel Juárez Celman acusado de corrupción, una joven estudiante de medicina organizó la atención médica en el lugar de los hechos. Elvira Rawson curó heridas, condujo la ambulancia tirada por caballos y se ganó el respeto de todos. Dos años más tarde recibiría su título de médica por la Universidad de Buenos Aires, la segunda mujer en obtenerlo en el país después de Cecilia Grierson.


Adelantada a su tiempo se ocupó de la prevención de las enfermedades en mujeres y en niños: también maestra, Rawson fundó en Uspallata, Mendoza, la primera institución dedicada al cuidado de niños débiles y más tarde fue una de las impulsoras de la creación de hogares maternales para madres solteras. Militante en la Unión Cívica, fue una destacada feminista que no cesó de promover modificaciones a las leyes vigentes teniendo como horizonte la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Una representativa fotografía de 1920 la muestra presidiendo una mesa electoral femenina en un ensayo de sufragio organizado por la Unión Feminista fundada por Julieta Lanteri. Propuso cambios en el Código Civil que comprendían, por ejemplo, la patria potestad compartida y la conservación de los derechos individuales de la mujer después del matrimonio. Elvira Rawson hizo estas propuestas, que excedían el pensamiento dominante de la época, en el marco del Congreso Femenino de 1910 en el que trabajó codo a codo con Petrona Eyle.


La familia Eyle proveniente de Suiza se instaló a mediados del siglo XIX en la zona de Baradero, en la provincia de Buenos Aires, donde nació la que llegaría a ser una de las feministas más prominentes de la Argentina. Una vez recibido su título de maestra en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, Petrona Eyle fue enviada a Suiza para seguir sus estudios de medicina. A su regreso al país en 1893 revalidó su grado académico en la Universidad de Buenos Aires y comenzó a desempeñarse en hospitales públicos.


Los movimientos feministas habían comenzado a extenderse desde fines la década de 1870 en varios países de América y Eyle no fue ajena a ellos. El siglo XX la encuentra dedicada de lleno a la causa de los derechos de la mujer y en 1907 funda, junto con las feministas más radicalizadas, la Asociación Universitarias Argentinas que tres años más tarde organizará el Primer Congreso Feminista Internacional, del cual presidirá la Comisión Organizadora.


Desde fines del XIX florecía en Buenos Aires el infame comercio de personas denominado “trata de blancas” (por oposición a “trata de negros”), que no era más que la prostitución organizada y gestionada por proxenetas que traían desde Europa a mujeres en condición de indefensión, en su mayoría. El auge de este comercio se asoció a la complicidad de funcionarios que facilitaban el ingreso clandestino de mujeres y permitían el accionar de distintas organizaciones delictivas. Las condiciones económicas y sociales imperantes en la época tanto en Argentina como en Europa favorecieron la llegada de gran número de inmigrantes hecho que, a su vez, hacía más complicado el control de las personas que ingresaban deteriorando, al mismo tiempo, sus condiciones de vida.


Eyle asumió entonces una de las responsabilidades más importantes de su vida al fundar en 1924 la Liga contra la trata de blancas:
La doctora Petrona Eyle, como presidenta de dicha Liga, bregó por el derecho de los niños, los cuales sufrían, según su informe escrito de su puño y letra, enviándole al Presidente Marcelo T. de Alvear: abusos descontrolados, marginalidad, explotación, trabajo descontrolado al que eran sometidos, embarazos tempranos producto de violaciones, abuso sexual o prostitución de menores desde los diez años.


En 1919 dirigió la revista mensual Nuestra Causa, iniciada por simpatizantes del movimiento socialista, y desde sus páginas siguió abogando por los derechos cívicos y civiles de la mujer. La publicación contaba con redactores de gran prestigio como Enrique del Valle Iberlucea y Nicolás Repetto y en ella publicaron la poeta Alfonsina Storni y las ya mencionadas Cecilia Grierson, Elvira Rawson y la última, la más trágica de este grupo de mujeres que deseamos recordar, Julieta Lanteri.


Julieta Lanteri nació en Cuneo, Italia. Muy pequeña se trasladó a Buenos Aires junto a su familia y debido a la holgada posición económica de la que disfrutaba pudo seguir su vocación e ingresar a la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, de la cual egresó con el título de farmacéutica, primero, y luego con el de médica.


Lanteri adhirió a los postulados del feminismo y participó en todos los encuentros que hemos venido nombrando a lo largo de esta recordación, pero fue más allá. Cuando se le negó el acceso a la cátedra universitaria por su condición de extranjera, se nacionalizó argentina e inmediatamente solicito ser incluida en el padrón electoral mediante una presentación judicial en la que reclamaba “que se le reconocieran plenos derechos como ciudadana, incluidos los políticos.” señalan Pigna y Pacheco. Y continúan:
Lo más curioso es que el fallo de primera instancia, luego refrendado por la Cámara Federal, resultó favorable. El juez E. Claros decía: “Como juez tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones, con las únicas restricciones que, expresamente, determinen dichas leyes, porque ningún habitante está privado de lo que ellas no prohíben.”


Logró así concretar su deseo de votar en las elecciones de la Capital Federal del 26 de noviembre de 1911 convirtiéndose en la primera latinoamericana en ejercer su derecho a voto. Sin embargo, poco tiempo después, las autoridades electorales pusieron en vigor una norma según la cual el único documento válido para sufragar era la Libreta de Enrolamiento, restringiendo el sufragio en la práctica a los ciudadanos varones, entre otras exclusiones.


Paralelamente a su ardorosa defensa de los derechos de la mujer, Lanteri llevó adelante su práctica profesional atendiendo pacientes y, durante diez años, como médica de la Asistencia Pública. No obstante sus esfuerzos, su carrera académica sufrió un nuevo revés cuando la Facultad de Medicina rechazó su solicitud a la adscripción al cargo de profesor suplente por su condición de mujer.


Lanteri volvió a desafiar los cánones políticos cuando decidió presentar en 1919 su candidatura a diputada nacional, después de haber estudiado minuciosamente la ley electoral y concluir que nada se lo impedía. Aunque nunca alcanzó el número de votos suficientes para ocupar el cargo “Desde su primera postulación en 1919 y hasta el Golpe de Estado de 1930, presentó su candidatura a diputada nacional en todos los llamados eleccionarios.” sostiene Grammatico y nos recuerda, además, respecto de los seis proyectos de sufragio femenino que se presentaron desde 1919 y hasta el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930: “Sabemos, ninguno prosperó. Sin embargo, en las provincias de San Juan, Mendoza y Santa Fe, gracias a disposiciones electorales locales, las mujeres pudieron votar a nivel municipal y provincial.”


Las demandas de una Julieta Lanteri librepensadora se adelantaban a su tiempo: igualdad en el reconocimiento de los hijos matrimoniales o extramatrimoniales, licencia por maternidad, igualdad de salario, abolición de la prostitución. Incansable, Lanteri continuó con su lucha hasta el luctuoso 23 de febrero de 1932. Dos años antes, el golpe del general José Félix Uriburu que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, inició un triste ciclo de golpes militares en la Argentina. Ya no había lugar para los librepensadores.


Aquella tarde, mientras caminaba por la Diagonal Norte de la ciudad de Buenos Aires, un automóvil retrocedió subiéndose a la vereda y la atropelló. El conductor identificado más tarde como integrante de un grupo de extrema derecha, huyó de inmediato. Julieta Lanteri, gravemente herida, fue trasladada al Hospital Rawson donde murió el 25 de febrero a los 59 años.


Se apagaba la vida de una luchadora privilegiada que trazó su derrotero junto a otras grandes mujeres. Ellas iniciaron el camino; ellas, mujeres como Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Petrona Eyle, Julieta Lanteri fueron las pioneras, las contestatarias, las que vieron el futuro.

Autora: Lidia Rissotto