Amas de casa no desesperadas
En pleno empoderamiento femenino, hay mujeres que eligen resignar ?la profesión y la autonomía económica para cuidar de sus hijos y del hogar
Todavía recuerda el viaje al microcentro, las ocho horas que parecían que no pasaban nunca y la angustia, esa angustia que hacía que saliera corriendo, sin comer, para llegar más temprano a casa y compartir lo que quedaba del día con Salvador y Felicitas, sus hijos que en ese momento tenían 1 y 3 años. Lo recuerda como si se tratara de una vida anterior, lejana. Como si la protagonista fuera otra. «Había pedido en la oficina entrar más temprano y resignar la hora de almuerzo para irme a las tres de la tarde. Mi jefa me había dicho que sí, pero en la práctica no pasaba: llegaba más temprano y me iba más tarde. La empecé a pasar mal, llegó un punto que hasta se me notaba físicamente. Ahí dije basta», cuenta Carolina Orellana, licenciada en Recursos Humanos que resignó su carrera para quedarse en casa y cuidar de sus tres hijos: hace cuatro meses nació Trinidad, la más pequeña del clan.
No es la única. Son varias las mujeres que, después de ser madres, se plantean dejar de trabajar y eligen convertirse en amas de casa calificadas, con títulos universitarios que no tendrán, al menos por unos años, correlato en la práctica laboral. En su elección, no sólo sacrifican una carrera profesional, sino también la tan mentada independencia económica, una de las principales banderas levantadas por el feminismo que brega por la autonomía como forma de evitar distintas formas de violencia de género. Incluso, muchas deben lidiar con la mirada inquisitoria de sus pares -madres que, a diferencia de ellas, trabajan- y de la sociedad, que suele menospreciar el rol de ama de casa.
Sin embargo, estas mujeres priorizan estar cerca de sus hijos, especialmente en sus primeros años de vida, cuando la necesidad de apego es determinante. Después, en un futuro, se imaginan volviendo al mercado laboral, en muchos casos, con un emprendimiento propio que permita compatibilizar ambas funciones.
«A los tres meses de Felicitas, volví a trabajar porque necesitábamos la plata. Al principio se quedaba en casa con la abuela, pero después, a los seis meses, la dejaba en la guardería de la empresa, lo que implicaba un viaje al microcentro todos los días que era un estrés para ella -de hecho se enfermó con un virus- y entonces la cambié a una cerca de casa. Tuve que apurar el destete. Al año y cuatro meses quedé embarazada de Salvador y cuando él cumplió un año, entre el jardín de Feli que era jornada completa y la persona que se quedaba con Salva en casa hicimos cuentas con mi marido y no valía la pena salir a trabajar porque casi todo el sueldo se iba en pagar a quien cuidara a los chicos esas horas que yo no estaba -cuenta Carolina-. La verdad, no me arrepiento para nada. Tengo la suerte de tener un marido que es piola con el tema del dinero. Yo no aporto a nivel plata, mi aporte es otro. Y él lo valora», asegura.
Aunque muchas de estas mujeres destacan que se trata de una decisión puramente personal, la realidad es que el contexto cultural y social termina por inclinar la balanza para uno u otro lado: «Las mujeres jefas de hogar o de menores recursos trabajan todas y hacen malabares con sus hijos para que alguien se los cuide mientras están afuera. Las que pueden elegir no trabajar tienen el sostén económico del hombre y, en muchos casos, también tienen alguien que las ayuda con la casa y otros recursos. Esto es muy distinto a tener que poner el cuerpo las 24 horas -sostiene Eleonor Faur, socióloga y profesora de la Unsam y autora de El cuidado infantil en el siglo XXI: mujeres malabaristas en una sociedad desigual-. Es decir, hay muchas más razones por las que estas madres se quedan en las casas, que van más allá del amor maternal», plantea la académica, coautora también de Mitologías de los sexos.
En la Argentina, de las 8,5 millones de mujeres que tienen entre 25 y 59 años, el 24,7 por ciento se declara ama de casa. Las de alto nivel educativo apenas representan el 10 por ciento del total, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Es decir, la mayoría de las mujeres con título universitario elige salir a trabajar.
«Las mujeres profesionales participan del mercado laboral mucho más que otras mujeres, que están en una situación de vulnerabilidad. Pero todas las que tienen empleo casi siempre hacen una logística especial para ver quién queda al cuidado de los chicos -sostiene Faur-. Esto tiene que ver con que el modelo de cuidado está todavía puesto en la mujer, que sigue sintiéndose responsable de los hijos y de la casa. Es cultural y político porque el Estado avala esto dándole 90 días de licencia a la mujer y dos al hombre. Que seamos nosotras las «designadas» del cuidado hace que muchas entren en tensión y renuncien al empleo sin medir los costos porque que las mujeres dispongan de un ingreso propio muchas veces favorece que puedan salirse de una relación no satisfactoria o violenta», plantea la socióloga.
Sin embargo, entre las feministas que luchan por la igualdad de género, la cuestión de la realización profesional no está del todo zanjada. Una de las voces del feminismo que salió en defensa de aquellas que desean quedarse en casa cuidando hijos es nada menos que Camille Paglia, reconocida activista norteamericana y una de las primeras en luchar por los derechos de la mujer. Entre sus declaraciones más polémicas -y que le valieron el rechazo de gran parte de sus compañeras de lucha- figuran frases como «las mujeres más felices que conozco son las que tienen una educación preparatoria, se casaron inmediatamente después de graduarse y nunca fueron a la universidad». Y otra: «Miro a mis amigas que están desesperadas, frenéticas y agotadas. Son las mujeres más infelices que han existido jamás. Trabajan por la noche, los fines de semana y no tienen vida. Sus hijos son criados por niñeras y sienten culpa. Quiero empoderar a la mujer que quiere decir «estoy cansada de esto y quiero ir a casa»».
Hay todavía más voces que se levantan en favor del ama de casa en el siglo XXI. Impensadas porque provienen de los millennials, la generación que -se supone- encarna un nuevo modelo de familia y de consenso entre los géneros. Un artículo reciente publicado en The New York Times asegura que un estudio realizado en 2014 entre los estudiantes del último año de secundario arrojó como resultado que el 58% de los consultados -jóvenes que no superan los 18 años- piensa que el mejor modelo de familia es aquel en el que el hombre es la principal fuente de ingresos. En 1994, plena generación X, esa cifra era menos del 30 por ciento. Muchos no tardaron en vincular estos sondeos con el resultado en la elección presidencial de los Estados Unidos, donde una mujer calificada pierde a manos de un hombre poderoso con un claro historial de machismo exacerbado.
«Contrariamente a lo que se piensa, hoy se está revalorizando a la familia. Ya ha pasado toda una generación de mujeres que pusieron su acento en la realización profesional y esta nueva generación se ha dado cuenta de que la falta de esos vínculos ha repercutido en los niños -opina Cristina Arruti de Alais, orientadora familiar del Instituto de Familia de la Universidad Austral-. El apego seguro, relacional y afectivo se establece en la primera infancia. Hay muchas mujeres que han tenido la vivencia de llegar a casa y su mamá no esté y no quieren repetir eso con sus hijos. Ante esta realidad, muchas optan por quedarse en casa esos primeros años y después volver a insertarse en el mercado laboral».
Precisamente, una de las hipótesis desarrollada en el artículo sobre millennialspublicado por The New York Times plantea que el apoyo a los modelos de familia tradicionales se debe a que los jóvenes son testigos de las dificultades experimentadas por los padres en las familias donde hay dos fuentes de sustento. Allí se menciona que un estudio reciente realizado en 22 países europeos y de habla inglesa señala que los padres norteamericanos reportan los niveles más altos de infelicidad debido a la ausencia de políticas que respalden el equilibrio entre la vida familiar y laboral.
Apenas un paréntesis
El deseo de volver a trabajar es una de las diferencias respecto de las amas de casa de antes, que nacían y morían con la idea de quedarse toda la vida criando hijos y al cuidado del hogar. «El hecho de que las mujeres, desde la década del 80, hayan tenido mayor acceso a la educación hace que sus expectativas sean diferentes», asegura Faur. En Francia, donde hay una ONG que las agrupa, a estas mujeres se las llama «las nuevas amas de casa». Marie-Christine Rousselin, presidente de la Unión Nacional de Mujeres Activas define el nuevo rol: «Nuestro desafío es hacer todo y hacerlo bien, y luego, sucesivamente, estudiar, trabajar, educar a los niños y eventualmente regresar al mercado laboral, todo esto mientras nos adaptamos a la evolución de nuestra vida familiar», explica. Para Yvonne-Poncet Bonissol, psicóloga clínica, «ser ama de casa hoy suele ser un paréntesis en la vida de las mujeres».
A los 42 años -hoy tiene 44- Mariana Cavallero decidió volver a insertarse en el mercado laboral. Después de casi una década en la que tuvo dedicación exclusiva a su familia, sintió que era tiempo de salir de su casa. «Cuando nació mi primera hija tenía 32 años y logré reducir la jornada laboral. Pero cuando nació la segunda ya me era muy difícil compatibilizar todo y me quedé -cuenta-. Pero no fue una decisión fácil, me costó mucho estar inactiva. Si bien estaba feliz de estar con mis hijas, sentía que me faltaba algo más. Y cuando la más chica cumplió los 8, tuve una charla con mi marido y le dije que quería volver a trabajar. Él me apoyó».
Claro que la vuelta no es fácil y los años fuera del mercado, pesan. «Estaba muy atada a mis funciones de mamá. No me costó conseguir trabajo porque cargué mi currículum y a la semana me llamaron. Pero yo estaba en una cajita de cristal y fue como volver a la jungla. No sabía ni usar la Sube», reconoce Mariana, que después de un año y medio renunció al empleo en una prepaga y buscó un nuevo trabajo. «Era un lugar de paso, no estaba contenta. Ahora estoy en la parte de coordinación médica de una obra social y estoy feliz porque es una hora menos de trabajo y puedo llevar a mis hijas al colegio y cuando vuelven de la escuela yo prácticamente estoy llegando a casa», destaca.
En el caso de Cecilia González Argento, mamá de cuatro hijos (de 14, de 8 y 6 años y uno fallecido que hoy tendría 12) la idea de volver a trabajar le está dando vueltas en la cabeza, aunque reconoce que no es fácil. Mientras estudiaba Bioquímica empezó a trabajar en una farmacia que hacía preparados magistrales. Renunció para hacerse cargo de una fábrica de velas. Allí estuvo hasta que nació su tercer hijo. Pero la vendió porque decidió dedicarse de lleno a la familia, especialmente después del golpe que le significó la muerte de su segundo hijo.
«Lo que más me pesa es tener un sueldo menos. Pero saco cuentas y entre lo que tendría que pagar de comedor, niñeras y lo que me queda, no hago el sacrificio de dejar a mis hijos. No es lo mismo que vaya la mamá que otra persona a buscarlos al colegio. Yo participo mucho de sus actividades, los llevo, los traigo. Estoy más cansada, trabajo más horas, pero el premio es más grande, aunque no es económico».
Sin embargo, ahora que los chicos crecieron y se unificaron los horarios, reconoce que le gustaría «hacer algo más». «En lo mío lo veo muy difícil, después de 10 años de no hacer nada es complicado. Pero sí fantaseo con un emprendimiento propio en el que pueda manejar los horarios.»
Aunque con una beba de 4 meses esa hipotética situación de vuelta al trabajo es todavía lejana, Carolina Orellana, de 35 años, no la descarta. Sin embargo, no se ve reinsertándose en una empresa, como antes de ser madre. «Me encantaría volver en algún momento cuando sean más grandes y no dependan tanto de mí. Pero no volvería a cumplir horarios. Me imagino algo propio, sin jefes ni estructuras. Porque si volviera a la misma situación de antes de ser mamá, sentiría que todo lo que invertí, no sirvió de nada -plantea-.Felicitas, que es la más grande, todavía se acuerda de cuando ella iba todo el día al colegio e incluso comía ahí, en el comedor. Ella es la que más valora que esté. A Feli le encanta salir al mediodía y comer en casa. Si trabajara, no podría hacerlo. Volver hoy sería un costo demasiado alto para ella y sus hermanos».
En contraposición, la socióloga y profesora universitaria Faur asegura que esa carga moral con la que deben lidiar las mujeres de tener que ocuparse de los hijos hace que piense que hay un precio por salir a trabajar. «Pero para mí hay un costo por no salir a hacerlo. Los chicos necesitan amor, cuidado, escucha y dedicación. Hay muchas personas que pueden cubrir esas necesidades, no sólo la madre. Esa es una de las tantas mitomanías en relación a los sexos», asegura Faur.
Para las que piensan que quedarse en casa cuidando hijos es una buena decisión, Terri Hekker, famosa por haber escrito en los 80 un libro que instaba a las mujeres a descartar la carrera profesional y quedarse en casa escribió una secuela de su famoso best seller Ever since Adan & Eve (Desde Adán y Eva). El título de su segundo libro es más que elocuente: Disregard First Book (Olvídense del primer libro), una autocrítica a esa primera publicación en la que hacía una encendida llamada a quedarse en casa frente al avance del feminismo. Treinta años después, nada resultó como lo había planeado: se divorció y tras la separación, sintió que se había convertido en una suerte de «paria social» que no servía para nada. Ahora Hekker cree que su decisión de convertirse en ama de casa tiempo completo fue de las peores que tomó en su vida. ¿Su consejo? Que las mujeres se cuiden por sí solas. Y que salgan de sus hogares.
La casa y los chicos pueden esperar. O no.